A quién juzgamos, a Bruce Banner o a Hulk?
El reciente y violento ataque ocurrido en el sector de Naco, presuntamente a manos de Jean Andrés Pumarol Fernández, ha vuelto a colocar sobre la palestra una vieja e incómoda discusión para nuestro sistema de justicia: ¿qué hacemos con las personas que cometen actos atroces bajo el influjo de una condición de salud mental? Este caso, como otros que han conmocionado a la sociedad dominicana, no es solo una tragedia humana, sino un espejo que refleja las profundas grietas de un sistema de justicia insensible y un marco legal obsoleto. La respuesta automática, y lamentablemente, a veces la del propio Ministerio Público, es simple y tajante: «ser loco no da derecho a herir o matar». He escuchado esta frase de parte de algunos fiscales que, con una visión punitivista y un desconocimiento alarmante de la teoría del delito, procesan a personas inimputables como si se tratara de criminales ordinarios. Ignoran diagnósticos, solicitan prisiones preventivas en recintos carcelarios y persiguen condenas de décadas, evidenciando una incomprensión fundamental sobre lo que significa un trastorno mental y la ausencia de culpabilidad.
Para que el derecho penal pueda imponer una pena, no basta con que una persona realice una acción descrita en la ley; es necesario, que esa persona sea «culpable». La culpabilidad es un reproche personal que solo puede hacerse a quien tiene la capacidad de comprender la ilicitud de su acto y de actuar conforme a esa comprensión. Como nos enseña el destacado profesor y jurista argentino Zaffaroni en su ensayo «El Dolo del Loco» (1966), una persona en un estado de delirio psicótico puede actuar con dolo —es decir, con la intención de realizar una acción—, pero es incapaz de culpabilidad. El sujeto que actúa «convencido de que realiza un acto justo, útil o necesario», movido por «un anormal sentimiento de defensa, de venganza, de reparación», no opera bajo la misma lógica normativa que el resto de la sociedad.
Pensemos en el personaje de Hulk: cuando la ira lo transforma, Bruce Banner desaparece. Hulk destruye, golpea y ataca, pero al volver a su estado normal, Bruce no recuerda nada, no comprende la devastación que causó. ¿Podríamos reprocharle a Bruce los actos de Hulk como si los hubiera decidido conscientemente? Evidentemente no. De manera similar, una persona en medio de un brote psicótico no está eligiendo el mal; su realidad está quebrada. No es que su locura le «dé derecho» a matar; es que su condición le impide comprender que matar está mal en el universo de reglas que nos rigen.
Esta insensibilidad del sistema no es teórica; la he vivido en carne propia. Cuando apenas tenía un año como Defensor Público, representé a un hombre acusado de intentar matar a su expareja. Las pruebas eran contundentes. Sin embargo, en prisión, sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó sin capacidad de comprensión ni de habla. Era trasladado a las audiencias en silla de ruedas, balbuceando, incapaz de comunicarse. A pesar de lo evidente, el proceso se aplazó en varias ocasiones por más de un año esperando una evaluación del INACIF que, cuando finalmente llegó, afirmaba —para sorpresa y vergüenza de los propios jueces— que el imputado estaba lúcido y podía conversar fluidamente.