"De lanzar con gloria a pararse en la acera": así se resume el dramático giro en la vida de Apolinar García, aquel lanzador estelar de las Águilas Cibaeñas que brilló en los 90 y hoy vive una realidad impensable: arregla gomas en una esquina de Bonao para llevar comida a su casa.
Con 52 años, García pasa sus días como ayudante en una gomera improvisada, sin sueldo fijo, dependiendo de lo que el dueño le quiera dar y de las propinas que caigan. Su ingreso ronda los 15 mil pesos mensuales, muy lejos de los más de 40 mil que ganaba por temporada en su época dorada con las Águilas. ¿Qué pasó con todo ese dinero? ¿Cómo se llega del montículo al mecánico?
Ganó tres coronas nacionales y una Serie del Caribe con el equipo cibaeño, pero nunca logró debutar en Grandes Ligas, a pesar de jugar una década en las menores de Estados Unidos. Al colgar los spikes en 2001, el olvido fue inmediato. Sin ahorros ni respaldo, terminó trabajando en una finca familiar hasta que cayó en la actual situación.
Sin embargo, Apolinar no se quiebra. Sonríe, agradece el cariño de la gente y sueña con entrar al Salón de la Fama del Béisbol Dominicano. Pero su historia grita una verdad incómoda: ¿qué hacemos con nuestros héroes cuando ya no nos entretienen?